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El diablo es un personaje que forma parte de la mitología judeocristiana, donde personifica los bajos instintos del ser humano. En las sagradas escrituras se lo presenta como un ángel cuya ambición le empuja a rebelarse contra Dios. Su origen sin embargo es mucho más antiguo que el propio cristianismo y recoge creencias anteriores a la religión judía, amalgamando bajo la personalidad diabólica a diversos dioses de los reinos vecinos, deidades por tanto contemporáneas del propio Yahvé.
Los artistas de la Era Cristiana, herederos de la plástica clásica, han representado muy frecuentemente la figura del diablo desde el periodo paleocristiano hasta la actualidad, dada la importancia de este personaje como antagonista de propio Dios y por el recurrente uso propagandístico que la Iglesia ha hecho de las imágenes. En ocasiones acogiéndose a fisonomías de carácter animal, ya reales ya imaginarias como, por ejemplo: la serpiente, el dragón, el simio, el reptil, el felino, el macho cabrío o la mosca, entre otros; o bien presentándolo con apariencia más o menos antropomórfica como son el Fauno, el ángel alado, un hibrido casi humano a los pies de San Miguel o la Inmaculada Concepción o incluso en forma de bebé diabólico. Los ejemplos que empleamos no son más que una muestra de la riquísima iconografía demoniaca presente en la tradición artística occidental.