{"title":"Presentación","authors":"Josep M. Esquirol","doi":"10.2307/j.ctv1s7chjn.3","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"En la escena política contemporánea han emergido nuevos actores que, junto con los tradicionales, han reconfigurado los modos de entender y de implementar la actuación política. En diversos países se vienen produciendo movilizaciones y rearticulaciones que, si bien presentan una dinámica propia coherente con las especificidades de cada uno de esos países, también responden a una dinámica global común de cambio en las formas y en el fondo de aproximarse, interpretar e intervenir en lo político. Consecuentemente, los nuevos actores que toman protagonismo en la escena política influyen en —y a la vez se ven influidos por— los actores clásicos. Este proceso bidireccional de influencia mutua se traduce en una reconfiguración de la propia escena política que debe ser atendida para entender la idiosincrasia de este nuevo tiempo. Por su parte, tanto la emergencia de nuevos actores políticos como las transformaciones operadas en los ya existentes, responden a una coyuntura social que ha vuelto explícitas la heterogeneidad de lo social, la pluralidad de posiciones de los sujetos y la multiplicidad de demandas. En otras palabras, la particularidad de este nuevo tiempo residiría en la toma de conciencia de la pérdida de la totalidad estructural u orgánica con la que operaron los grandes imaginarios sociales pretéritos y en la búsqueda de recomposición parcial mediante prácticas articulatorias de nuevo cuño. Y no solamente la sociedad carecería de una esencia totalizante, sino que los propios agentes que operan en ella —nuevos o no— carecen también de una identidad positiva y cerrada en sí misma. Por el contrario, dichos agentes se constituyen en cuanto a su relación con el resto, en lo que S. Freud y L. Althusser denominaron orden simbólico; es decir, el carácter sobredeterminado de las relaciones sociales que niega la literalidad última de las mismas y describe formas de fijación de sentido necesariamente relativas, precarias y contingentes. Más que a la sustitución de lo viejo por lo nuevo, pues bien podía ser que ni lo uno ni lo otro lo fuesen tanto, deseamos atender a las transformaciones que nos permitan pensar a los viejos sujetos de otro modo, más que en su remplazo","PeriodicalId":149798,"journal":{"name":"El desencanto del Progreso. Para una crítica luddita de la tecnología","volume":"75 3 1","pages":"0"},"PeriodicalIF":0.0000,"publicationDate":"1900-01-01","publicationTypes":"Journal Article","fieldsOfStudy":null,"isOpenAccess":false,"openAccessPdf":"","citationCount":"0","resultStr":null,"platform":"Semanticscholar","paperid":null,"PeriodicalName":"El desencanto del Progreso. Para una crítica luddita de la tecnología","FirstCategoryId":"1085","ListUrlMain":"https://doi.org/10.2307/j.ctv1s7chjn.3","RegionNum":0,"RegionCategory":null,"ArticlePicture":[],"TitleCN":null,"AbstractTextCN":null,"PMCID":null,"EPubDate":"","PubModel":"","JCR":"","JCRName":"","Score":null,"Total":0}
En la escena política contemporánea han emergido nuevos actores que, junto con los tradicionales, han reconfigurado los modos de entender y de implementar la actuación política. En diversos países se vienen produciendo movilizaciones y rearticulaciones que, si bien presentan una dinámica propia coherente con las especificidades de cada uno de esos países, también responden a una dinámica global común de cambio en las formas y en el fondo de aproximarse, interpretar e intervenir en lo político. Consecuentemente, los nuevos actores que toman protagonismo en la escena política influyen en —y a la vez se ven influidos por— los actores clásicos. Este proceso bidireccional de influencia mutua se traduce en una reconfiguración de la propia escena política que debe ser atendida para entender la idiosincrasia de este nuevo tiempo. Por su parte, tanto la emergencia de nuevos actores políticos como las transformaciones operadas en los ya existentes, responden a una coyuntura social que ha vuelto explícitas la heterogeneidad de lo social, la pluralidad de posiciones de los sujetos y la multiplicidad de demandas. En otras palabras, la particularidad de este nuevo tiempo residiría en la toma de conciencia de la pérdida de la totalidad estructural u orgánica con la que operaron los grandes imaginarios sociales pretéritos y en la búsqueda de recomposición parcial mediante prácticas articulatorias de nuevo cuño. Y no solamente la sociedad carecería de una esencia totalizante, sino que los propios agentes que operan en ella —nuevos o no— carecen también de una identidad positiva y cerrada en sí misma. Por el contrario, dichos agentes se constituyen en cuanto a su relación con el resto, en lo que S. Freud y L. Althusser denominaron orden simbólico; es decir, el carácter sobredeterminado de las relaciones sociales que niega la literalidad última de las mismas y describe formas de fijación de sentido necesariamente relativas, precarias y contingentes. Más que a la sustitución de lo viejo por lo nuevo, pues bien podía ser que ni lo uno ni lo otro lo fuesen tanto, deseamos atender a las transformaciones que nos permitan pensar a los viejos sujetos de otro modo, más que en su remplazo