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Abstract
La ambición, en su justa medida, permite alcanzar retos, activa la consecución de metas y posibilita mejoras. La baja ambición supone conformidad con la mediocridad, nada deseable. Pero la alta ambición puede generar un coste demasiado elevado en el proceso de obtención del reto. Ese deseo intenso, cargado de emociones, que orienta la consecución de objetivos difíciles de alcanzar puede ser gestionado de formas muy distintas. La justa medida, el perfecto equilibrio es, en sí mismo, el verdadero reto. Sentir el impulso de la consecución del reto como motivación y medir las consecuencias del camino que hay que atravesar, conociendo los límites de lo aceptable, empieza a ser un arte. Ambición, mentira y traición suelen ser compañeras de viaje. En aras de la ambición, se legitima la mentira porque facilita rutas cortas de acceso al reto anhelado. La traición, que se alimenta de la deslealtad, distorsiona los dilemas morales (aquellos que nos conectan con la esencia de lo humano), aligera el proceso previo a la consecución y filtra los agradecimientos debidos. Una versión terrenal de Juego de Tronos o una actualizada de Macbeth.