{"title":"Una despedida en el fin del mundo: El desplazamiento de la voz narrativa en las memorias de Isaac Knoll y Nora Strejilevich","authors":"Florencia Strajilevich Knoll","doi":"10.1353/cnf.2023.a911285","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"Una despedida en el fin del mundo:El desplazamiento de la voz narrativa en las memorias de Isaac Knoll y Nora Strejilevich Florencia Strajilevich Knoll La historia de Isaac Knoll Hace un tiempo, me encontré con un libro que contenía, entre sus numerosas palabras, una que llamó por completo mi atención: Przemyśl. Ese signo, marca, huella grabada sobre el papel condensaba una multiplicidad de significados, evocaba recuerdos y sensaciones; tal fue el impacto al leer el nombre del pueblo en que había nacido mi abuelo, que demoré unas pocas horas en comenzar a leer la novela. Vale aclarar que el libro fue un regalo que me llegó a través de mi padre, quien oyó el latido que emanaba de aquella historia y creyó que la voz pronunciada por ese palpitar podría transmitirme, desde otra vida, la experiencia de Isaac Knoll. Así fue como llegué al relato La luz en los lugares ocultos, una ficción histórica que cuenta la vida de Stefania y Helena, dos chicas polacas nacidas en Przemyśl que atravesaron múltiples situaciones desgarradoras a partir del momento en que comenzó la Segunda Guerra Mundial y protegieron la vida de muchos judíos sin importar las consecuencias. La descripción de cada lugar, de los procedimientos que se llevaban a cabo dentro y fuera del gueto, de los intercambios que se realizaban a escondidas, de las condiciones de vida, las persecuciones y matanzas efectuadas en las calles, de las selecciones y progresivos desplazamientos de personas cautivas en los guetos hacia los campos de concentración; cada palabra, cada frase fue tejiendo dentro de mí un entramado de sentidos —algunos esclarecedores, otros difusos— que me permitieron formular interrogantes en forma de puertas hacia mi propia historia. Las vivencias que tuvo mi abuelo son fragmentos de un rompecabezas al que no intenté armar hasta mis veinticinco años; por ese entonces, comenzó a habitar en mí un sonido silencioso, como un eco, que me llamaba desde el interior de mi cuerpo y se traducía en una incapacidad para hablar sobre mi pasado. Así fue que empecé a hacerle preguntas a mi madre quien, con su característica templanza y parsimonia, me fue adentrando en un recorrido —su recorrido, el mío, el nuestro— a través de una narración imprecisa, por momentos incoherente, fragmentaria, despersonalizada; [End Page 155] un relato que se transformó en una voz portadora de imágenes, sonidos, pensamientos, sentimientos, que me permitieron hablar con él una vez más. A continuación, procederé a contar parte de la experiencia que atravesó Isaac Knoll, historia que narró a mi madre cuando ella era una adolescente. Sus palabras aparecían temblorosas, inseguras, quebradas, a medida que un malestar se apoderaba de su cuerpo mientras se adentraba en sus recuerdos. Las notas que me fueron legadas son episodios aislados que fui hilvanando a través de pensamientos, imágenes difusas y lecturas propios; mi voz se fusiona con la voz narrativa de la novela de Sharon Cameron, autora de La luz en los lugares ocultos. Aquellos momentos en que el silencio se apodera del relato de mi abuelo se infiltra mi voz, en un diálogo alternado con descripciones provenientes de la historia de Stefania y Helena. Su historia comienza del otro lado del Río San, cerca de la ciudad de Przemyśl; allí, vivía con su madre (Malka) y sus dos hermanas (María, de quince años y Matilda, de dieciséis). Mi abuelo tenía tres hermanos más: Wolf Knoll —que había venido a la Argentina—, Jane Knoll —que también se había trasladado a este país— y Dora Knoll — que se había escapado a Israel—. La vivienda que tenían en ese entonces era precaria (tenía una cocina, un dormitorio y, en los alrededores, había una granja); la tuvieron que vender y, ese dinero, se lo dieron al novio de Dora (actual esposo) para que se fuera a Israel1, a quien siguió Dora un tiempo después. Cuando la guerra comenzó, en 1939, era verano; los alemanes estaban en la ciudad equipados con bombas. Hab...","PeriodicalId":41998,"journal":{"name":"CONFLUENCIA-REVISTA HISPANICA DE CULTURA Y LITERATURA","volume":null,"pages":null},"PeriodicalIF":0.2000,"publicationDate":"2023-03-01","publicationTypes":"Journal Article","fieldsOfStudy":null,"isOpenAccess":false,"openAccessPdf":"","citationCount":"0","resultStr":null,"platform":"Semanticscholar","paperid":null,"PeriodicalName":"CONFLUENCIA-REVISTA HISPANICA DE CULTURA Y LITERATURA","FirstCategoryId":"1085","ListUrlMain":"https://doi.org/10.1353/cnf.2023.a911285","RegionNum":4,"RegionCategory":"文学","ArticlePicture":[],"TitleCN":null,"AbstractTextCN":null,"PMCID":null,"EPubDate":"","PubModel":"","JCR":"0","JCRName":"LITERARY THEORY & CRITICISM","Score":null,"Total":0}
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Abstract
Una despedida en el fin del mundo:El desplazamiento de la voz narrativa en las memorias de Isaac Knoll y Nora Strejilevich Florencia Strajilevich Knoll La historia de Isaac Knoll Hace un tiempo, me encontré con un libro que contenía, entre sus numerosas palabras, una que llamó por completo mi atención: Przemyśl. Ese signo, marca, huella grabada sobre el papel condensaba una multiplicidad de significados, evocaba recuerdos y sensaciones; tal fue el impacto al leer el nombre del pueblo en que había nacido mi abuelo, que demoré unas pocas horas en comenzar a leer la novela. Vale aclarar que el libro fue un regalo que me llegó a través de mi padre, quien oyó el latido que emanaba de aquella historia y creyó que la voz pronunciada por ese palpitar podría transmitirme, desde otra vida, la experiencia de Isaac Knoll. Así fue como llegué al relato La luz en los lugares ocultos, una ficción histórica que cuenta la vida de Stefania y Helena, dos chicas polacas nacidas en Przemyśl que atravesaron múltiples situaciones desgarradoras a partir del momento en que comenzó la Segunda Guerra Mundial y protegieron la vida de muchos judíos sin importar las consecuencias. La descripción de cada lugar, de los procedimientos que se llevaban a cabo dentro y fuera del gueto, de los intercambios que se realizaban a escondidas, de las condiciones de vida, las persecuciones y matanzas efectuadas en las calles, de las selecciones y progresivos desplazamientos de personas cautivas en los guetos hacia los campos de concentración; cada palabra, cada frase fue tejiendo dentro de mí un entramado de sentidos —algunos esclarecedores, otros difusos— que me permitieron formular interrogantes en forma de puertas hacia mi propia historia. Las vivencias que tuvo mi abuelo son fragmentos de un rompecabezas al que no intenté armar hasta mis veinticinco años; por ese entonces, comenzó a habitar en mí un sonido silencioso, como un eco, que me llamaba desde el interior de mi cuerpo y se traducía en una incapacidad para hablar sobre mi pasado. Así fue que empecé a hacerle preguntas a mi madre quien, con su característica templanza y parsimonia, me fue adentrando en un recorrido —su recorrido, el mío, el nuestro— a través de una narración imprecisa, por momentos incoherente, fragmentaria, despersonalizada; [End Page 155] un relato que se transformó en una voz portadora de imágenes, sonidos, pensamientos, sentimientos, que me permitieron hablar con él una vez más. A continuación, procederé a contar parte de la experiencia que atravesó Isaac Knoll, historia que narró a mi madre cuando ella era una adolescente. Sus palabras aparecían temblorosas, inseguras, quebradas, a medida que un malestar se apoderaba de su cuerpo mientras se adentraba en sus recuerdos. Las notas que me fueron legadas son episodios aislados que fui hilvanando a través de pensamientos, imágenes difusas y lecturas propios; mi voz se fusiona con la voz narrativa de la novela de Sharon Cameron, autora de La luz en los lugares ocultos. Aquellos momentos en que el silencio se apodera del relato de mi abuelo se infiltra mi voz, en un diálogo alternado con descripciones provenientes de la historia de Stefania y Helena. Su historia comienza del otro lado del Río San, cerca de la ciudad de Przemyśl; allí, vivía con su madre (Malka) y sus dos hermanas (María, de quince años y Matilda, de dieciséis). Mi abuelo tenía tres hermanos más: Wolf Knoll —que había venido a la Argentina—, Jane Knoll —que también se había trasladado a este país— y Dora Knoll — que se había escapado a Israel—. La vivienda que tenían en ese entonces era precaria (tenía una cocina, un dormitorio y, en los alrededores, había una granja); la tuvieron que vender y, ese dinero, se lo dieron al novio de Dora (actual esposo) para que se fuera a Israel1, a quien siguió Dora un tiempo después. Cuando la guerra comenzó, en 1939, era verano; los alemanes estaban en la ciudad equipados con bombas. Hab...