{"title":"《世界报》(le le世界报)的一篇社论称:“这是一场悲剧。”","authors":"P. Cabrera, Luis José Nogues Sáez","doi":"10.5209/CUTS.58533","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"El año entrante se cumplirán veinticinco años desde que, en 1993, se creara en París la versión social del Service d’Aide Médicale Urgente (SAMU) o Servicio de Atención Médica de Urgencia. El fundador del SAMU-SOCIAL era el doctor Xavier Emmanuelli, un militante comunista y anticolonialista, médico, hijo y hermano de médicos que, veintidós años antes, había sido cofundador junto a otras doce personas de la organización Médicos sin fronteras. La importantísima labor llevada a cabo desde entonces por el Samu-Social, cuyo objetivo era “salir al encuentro de las personas que vivían en la calle en situación de pobreza y riesgo físico y social”, continúa realizándose no solo en Paris, sino en otras muchas grandes ciudades de todo el mundo, Madrid entre ellas. Con el Samu-Social parisino se iniciaba, a principios de los años noventa, el camino en expansión constante de esta lógica de la emergencia que trasladó el modelo de urgencias sanitario al campo de lo social y abrió paso a la introducción de los servicios de emergencia en el mundo de la intervención y el Trabajo Social. Andando el tiempo, sin embargo, las luces de estos servicios de urgencia o emergencia, han ido alternándose con las sombras que una política social cicatera, cortoplacista y de horizontes limitados ha ido imponiendo aquí y allá, en un contexto general de crisis y recortes sociales; recortes presupuestarios que, entre otras cosas, llevaron a Emmanuelli a presentar su dimisión como presidente del Samu-Social, en julio de 2011. Con ello se hizo patente la crisis profunda que vive actualmente la lógica de la emergencia-urgencia, cuando se intenta llevar a cabo de forma seria y consecuente, en un momento histórico marcado por un escandaloso crecimiento de la desigualdad y el desempleo masivo, cuando la pobreza y la exclusión pasan a afectar a millones de personas y no son solo problemas que, como ocurría en el pasado, aunque eran agudos y graves afectaban únicamente a pequeños grupos de población marginal que habitaban a la intemperie en el corazón de nuestras grandes ciudades. Entretanto, la opinión pública se ha vuelto cada vez más receptiva y sensible a un tipo de actuación de los poderes públicos orientada por esta lógica de la emergencia, que es percibida por el ciudadano medio como un tipo de política realmente eficaz frente a catástrofes de origen más o menos azaroso e impredecible. De manera que, al igual que se multiplican los dispositivos de intervención rápida en caso de incendios forestales, de atentados terroristas o accidentes con gran número de víctimas, de naufragios desastrosos, como el del Prestige, con enorme impacto ecológico, o en caso de situaciones dramáticas como en la llamada “crisis de los refugiados” también en el campo de lo estrictamente social, se espera que la Administración Pública lleve a cabo una intervención contundente, rápida y resolutiva que solucione el problema con celeridad y prontitud; se espera, además, que lo haga de forma claramente visible, manifiesta y pública para todo el mundo, reclamando la intervención espectacular de una especie de “bomberos de lo social” que, como en el caso de la Unidad Militar de Emergencia (UME) por ejemplo, resuelva de un día para otro el espectáculo insoportable de la miseria que se exhibe en los telediarios, los periódicos y las calles de nuestras sociedades de abundancia. Esta necesidad de actuar, dejándose ver ante la opinión pública que se ha ido abriendo paso en muchos ámbitos de la realidad social y política, permite añadir al espectáculo del problema, que se nos muestra en los medios de comunicación de forma más o menos este-","PeriodicalId":43591,"journal":{"name":"ARQ","volume":"10 1","pages":"11-14"},"PeriodicalIF":0.2000,"publicationDate":"2018-01-08","publicationTypes":"Journal Article","fieldsOfStudy":null,"isOpenAccess":false,"openAccessPdf":"","citationCount":"0","resultStr":"{\"title\":\"Editorial: A paso de caracol se alcanza antes la meta\",\"authors\":\"P. Cabrera, Luis José Nogues Sáez\",\"doi\":\"10.5209/CUTS.58533\",\"DOIUrl\":null,\"url\":null,\"abstract\":\"El año entrante se cumplirán veinticinco años desde que, en 1993, se creara en París la versión social del Service d’Aide Médicale Urgente (SAMU) o Servicio de Atención Médica de Urgencia. 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Andando el tiempo, sin embargo, las luces de estos servicios de urgencia o emergencia, han ido alternándose con las sombras que una política social cicatera, cortoplacista y de horizontes limitados ha ido imponiendo aquí y allá, en un contexto general de crisis y recortes sociales; recortes presupuestarios que, entre otras cosas, llevaron a Emmanuelli a presentar su dimisión como presidente del Samu-Social, en julio de 2011. Con ello se hizo patente la crisis profunda que vive actualmente la lógica de la emergencia-urgencia, cuando se intenta llevar a cabo de forma seria y consecuente, en un momento histórico marcado por un escandaloso crecimiento de la desigualdad y el desempleo masivo, cuando la pobreza y la exclusión pasan a afectar a millones de personas y no son solo problemas que, como ocurría en el pasado, aunque eran agudos y graves afectaban únicamente a pequeños grupos de población marginal que habitaban a la intemperie en el corazón de nuestras grandes ciudades. Entretanto, la opinión pública se ha vuelto cada vez más receptiva y sensible a un tipo de actuación de los poderes públicos orientada por esta lógica de la emergencia, que es percibida por el ciudadano medio como un tipo de política realmente eficaz frente a catástrofes de origen más o menos azaroso e impredecible. De manera que, al igual que se multiplican los dispositivos de intervención rápida en caso de incendios forestales, de atentados terroristas o accidentes con gran número de víctimas, de naufragios desastrosos, como el del Prestige, con enorme impacto ecológico, o en caso de situaciones dramáticas como en la llamada “crisis de los refugiados” también en el campo de lo estrictamente social, se espera que la Administración Pública lleve a cabo una intervención contundente, rápida y resolutiva que solucione el problema con celeridad y prontitud; se espera, además, que lo haga de forma claramente visible, manifiesta y pública para todo el mundo, reclamando la intervención espectacular de una especie de “bomberos de lo social” que, como en el caso de la Unidad Militar de Emergencia (UME) por ejemplo, resuelva de un día para otro el espectáculo insoportable de la miseria que se exhibe en los telediarios, los periódicos y las calles de nuestras sociedades de abundancia. 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Editorial: A paso de caracol se alcanza antes la meta
El año entrante se cumplirán veinticinco años desde que, en 1993, se creara en París la versión social del Service d’Aide Médicale Urgente (SAMU) o Servicio de Atención Médica de Urgencia. El fundador del SAMU-SOCIAL era el doctor Xavier Emmanuelli, un militante comunista y anticolonialista, médico, hijo y hermano de médicos que, veintidós años antes, había sido cofundador junto a otras doce personas de la organización Médicos sin fronteras. La importantísima labor llevada a cabo desde entonces por el Samu-Social, cuyo objetivo era “salir al encuentro de las personas que vivían en la calle en situación de pobreza y riesgo físico y social”, continúa realizándose no solo en Paris, sino en otras muchas grandes ciudades de todo el mundo, Madrid entre ellas. Con el Samu-Social parisino se iniciaba, a principios de los años noventa, el camino en expansión constante de esta lógica de la emergencia que trasladó el modelo de urgencias sanitario al campo de lo social y abrió paso a la introducción de los servicios de emergencia en el mundo de la intervención y el Trabajo Social. Andando el tiempo, sin embargo, las luces de estos servicios de urgencia o emergencia, han ido alternándose con las sombras que una política social cicatera, cortoplacista y de horizontes limitados ha ido imponiendo aquí y allá, en un contexto general de crisis y recortes sociales; recortes presupuestarios que, entre otras cosas, llevaron a Emmanuelli a presentar su dimisión como presidente del Samu-Social, en julio de 2011. Con ello se hizo patente la crisis profunda que vive actualmente la lógica de la emergencia-urgencia, cuando se intenta llevar a cabo de forma seria y consecuente, en un momento histórico marcado por un escandaloso crecimiento de la desigualdad y el desempleo masivo, cuando la pobreza y la exclusión pasan a afectar a millones de personas y no son solo problemas que, como ocurría en el pasado, aunque eran agudos y graves afectaban únicamente a pequeños grupos de población marginal que habitaban a la intemperie en el corazón de nuestras grandes ciudades. Entretanto, la opinión pública se ha vuelto cada vez más receptiva y sensible a un tipo de actuación de los poderes públicos orientada por esta lógica de la emergencia, que es percibida por el ciudadano medio como un tipo de política realmente eficaz frente a catástrofes de origen más o menos azaroso e impredecible. De manera que, al igual que se multiplican los dispositivos de intervención rápida en caso de incendios forestales, de atentados terroristas o accidentes con gran número de víctimas, de naufragios desastrosos, como el del Prestige, con enorme impacto ecológico, o en caso de situaciones dramáticas como en la llamada “crisis de los refugiados” también en el campo de lo estrictamente social, se espera que la Administración Pública lleve a cabo una intervención contundente, rápida y resolutiva que solucione el problema con celeridad y prontitud; se espera, además, que lo haga de forma claramente visible, manifiesta y pública para todo el mundo, reclamando la intervención espectacular de una especie de “bomberos de lo social” que, como en el caso de la Unidad Militar de Emergencia (UME) por ejemplo, resuelva de un día para otro el espectáculo insoportable de la miseria que se exhibe en los telediarios, los periódicos y las calles de nuestras sociedades de abundancia. Esta necesidad de actuar, dejándose ver ante la opinión pública que se ha ido abriendo paso en muchos ámbitos de la realidad social y política, permite añadir al espectáculo del problema, que se nos muestra en los medios de comunicación de forma más o menos este-
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