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El color, signo de apropiación y transformación en el espacio interior
El color forma parte de la vida cotidiana del ser humano, pues es parte de su identidad, cultura y vínculos afectivos. Desde la antigüedad y a lo largo de la historia, el hombre se ha representado a través del espacio, las imágenes y las composiciones visuales. Todo este material visual ha estado compuesto de armonías cromáticas que contienen signos y significados, los cuales expresan el habitar cotidiano. El color les ha permitido a los individuos expresar emociones y sensaciones que nacen de un modo particular de vivir. Desde un fenómeno apropiativo en los espacios interiores, los actores sociales expresan mediante paletas de color sus gustos, preferencias y formas de vida, que a su vez comunican un sentido de pertenencia. Así mismo, el color perpetúa la identidad —o, por el contrario, la modifica— al utilizar variedad de tonalidades como signo de transformación individual o colectiva. El color funge como un mecanismo de arraigo espacial y social, pero al mismo tiempo es un modo de expresar renuncia e individualidad. El color transforma el significado, algunas veces convencionalizado y heredado de los espacios interiores. De esta manera el color, a través del espacio, se convierte en parte de la construcción de una identidad individual o social determinada, y también en un elemento de configuración personal y colectiva.