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La literatura nace entonces en una compleja trama de la imaginación, al ser urdida con palabras y siempre desde la constatación de que esta urdimbre se plantea tan real como las experiencias realmente materiales, posibilitando una nueva –entiéndase “otra”– concepción de la aventura y de la experiencia textual en conexión con lo que se denomina intertexto lector, es decir la ayuda de un lector formado, ya iniciado, que participe de una manera fundamental en este proceso, proponiéndose como bisagra que haga posible la comunicación de una realidad cultural –en sentido antropológico– determinada, del intercambio de un sujeto a otro en un diálogo intersubjetivo nunca finito. «Somos una conversación», escribió Hölderlin. Las fechas aproximadas por las que la modernidad y el modernismo, que es su correlato hispanoamericano, circulan, tal y como constatara Octavio Paz, suelen establecerse entre 1880 y 1930. Dejando aparte la terminología por la cual el modernismo literario no significa igual en los países de habla anglosajona que en los hispanos, convendremos en que desde 1888, fecha fundacional de la publicación de Azul..., de Rubén Darío, hasta 1916, con su muerte, se desarrolla el nacimiento, apogeo y declinio del modernismo hispano, un término que, como se sabe, en su origen tuvo matices despectivos y bastante mala prensa. A Rubén Darío no se le entendía. O simplemente, su poesía parecía hueca, palabrería vacía que no llevaba a ningún sitio. Pero hay más: este diálogo fértil entre el emisor/texto y el receptor/lector –como hemos mencionado– se podría ajustar aún más, ampliándose, desde una óptica universal como un macro-diálogo entre el foco de emisión y la recepción, se completaría con las teorías lacanianas más aceptadas. 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Notas sobre el viaje en la modernidad. Hacia otra traducción de la «Invitación al viaje» de Baudelaire
La modernidad1, tal y como la entendemos hoy día, y en concreto la modernidad literaria, deja al descubierto a un sujeto –en nuestro caso poético– ávido de experiencias que le transporten hacia otros lugares, sean reales o inventados. La literatura nace entonces en una compleja trama de la imaginación, al ser urdida con palabras y siempre desde la constatación de que esta urdimbre se plantea tan real como las experiencias realmente materiales, posibilitando una nueva –entiéndase “otra”– concepción de la aventura y de la experiencia textual en conexión con lo que se denomina intertexto lector, es decir la ayuda de un lector formado, ya iniciado, que participe de una manera fundamental en este proceso, proponiéndose como bisagra que haga posible la comunicación de una realidad cultural –en sentido antropológico– determinada, del intercambio de un sujeto a otro en un diálogo intersubjetivo nunca finito. «Somos una conversación», escribió Hölderlin. Las fechas aproximadas por las que la modernidad y el modernismo, que es su correlato hispanoamericano, circulan, tal y como constatara Octavio Paz, suelen establecerse entre 1880 y 1930. Dejando aparte la terminología por la cual el modernismo literario no significa igual en los países de habla anglosajona que en los hispanos, convendremos en que desde 1888, fecha fundacional de la publicación de Azul..., de Rubén Darío, hasta 1916, con su muerte, se desarrolla el nacimiento, apogeo y declinio del modernismo hispano, un término que, como se sabe, en su origen tuvo matices despectivos y bastante mala prensa. A Rubén Darío no se le entendía. O simplemente, su poesía parecía hueca, palabrería vacía que no llevaba a ningún sitio. Pero hay más: este diálogo fértil entre el emisor/texto y el receptor/lector –como hemos mencionado– se podría ajustar aún más, ampliándose, desde una óptica universal como un macro-diálogo entre el foco de emisión y la recepción, se completaría con las teorías lacanianas más aceptadas. En ellas, a partir de la lingüística y de la reinterpretación