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Los Salazar empezaron el negocio prostituyendo a sus esposas y consiguieron a las siguientes víctimas relacionándose sentimentalmente con ellas, ofreciéndoles trabajo en los Estados Unidos, robándoselas, o comprándolas directamente de sus padres o hermanos. Muchas de ellas tenían hijos de alguno de los hermanos o de otros hombres y solo si se portaban bien y no trataban de escapar, aseguraban la supervivencia de esos hijos a los que no verían crecer. En las casas de prostitución donde ellas laboraban, la policía de inmigración halló un registro de los números de servicios sexuales prestados por cada mujer, un cronómetro para contar los 10 minutos de atención a cada cliente y decenas de cajas de condones de mil unidades vacías. Gracias al testimonio de algunas de las mujeres secuestradas por los Salazar, se pudieron desmantelar en ese momento 25 lugares distintos que hablan a gritos de una violencia de género física, sexual y psicológica que incluye violación, abuso sexual, tortura y tráfico de personas no solo dentro de una comunidad, sino a vista y paciencia del Estado y sus autoridades, tanto en México como en los Estados Unidos1. Tomando en cuenta estos hechos, en Las elegidas (2015), Jorge Volpi entrevera las líneas de la historia y la ficción, para recrear esta historia tenebrosa que necesitaba, como sostiene el autor en una entrevista reciente, «encontrar una forma que pudiera darle fuerza sin que perdiera el carácter terrible y sin llegar a ser amarillista»2 (Maristain). 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«Cuerpos sólo cuerpos»: violencias de género entre fronteras y versos
En enero del 2003, El Universal dio a conocer en México una noticia de terror, el caso de niñas y adolescentes mexicanas que habían sido secuestradas y llevadas a San Diego, donde eran obligadas a prostituirse en distintos campos agrícolas. Al parecer, unos hermanos Salazar de origen oaxaqueño ‒Julio, Tomás y Luciano‒ eran los responsables de esta red de tráfico y explotación sexual. Según el informe, cientos de niñas y jóvenes, entre 12 y 18 años de edad, originarias de Puebla, Oaxaca, Michoacán, Morelos y Veracruz, habían sido secuestradas o engañadas para ser convertidas en esclavas sexuales en California. Los Salazar empezaron el negocio prostituyendo a sus esposas y consiguieron a las siguientes víctimas relacionándose sentimentalmente con ellas, ofreciéndoles trabajo en los Estados Unidos, robándoselas, o comprándolas directamente de sus padres o hermanos. Muchas de ellas tenían hijos de alguno de los hermanos o de otros hombres y solo si se portaban bien y no trataban de escapar, aseguraban la supervivencia de esos hijos a los que no verían crecer. En las casas de prostitución donde ellas laboraban, la policía de inmigración halló un registro de los números de servicios sexuales prestados por cada mujer, un cronómetro para contar los 10 minutos de atención a cada cliente y decenas de cajas de condones de mil unidades vacías. Gracias al testimonio de algunas de las mujeres secuestradas por los Salazar, se pudieron desmantelar en ese momento 25 lugares distintos que hablan a gritos de una violencia de género física, sexual y psicológica que incluye violación, abuso sexual, tortura y tráfico de personas no solo dentro de una comunidad, sino a vista y paciencia del Estado y sus autoridades, tanto en México como en los Estados Unidos1. Tomando en cuenta estos hechos, en Las elegidas (2015), Jorge Volpi entrevera las líneas de la historia y la ficción, para recrear esta historia tenebrosa que necesitaba, como sostiene el autor en una entrevista reciente, «encontrar una forma que pudiera darle fuerza sin que perdiera el carácter terrible y sin llegar a ser amarillista»2 (Maristain). Me in-