{"title":"从 \"人人生而自由平等 \"到用算法对活着或将要活着的人进行分类","authors":"Remedio Sánchez Férriz","doi":"10.5944/rdp.120.2024.41761","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"Todo sistema democrático, y en especial el nuestro (que, por su retraso, asume las experiencias de las Constituciones de la segunda postguerra) es fruto de una evolución progresiva que se inicia con el constitucionalismo en el siglo XVIII. Con tales bases hemos alcanzado los máximos niveles de democracia y respeto a la libertad y la igualdad. Sin embargo, en las últimas décadas se están desconociendo dichas bases; aun respetando en general los derechos y libertades se han ido degradando las reglas y principios que servían de garantía y eran auxiliares de tal finalidad última de lograr la libertad, la igualdad (y solidaridad o fraternidad). Ya no hay un rey absoluto ni un Leviatan que exija nuestros derechos a cambio de la seguridad. El Estado ha ido evolucionando hacia una mayor solidaridad y ha derivado de los derechos toda posible consecuencia. Pero la dinámica partidista se ha instalado en todos los principales órganos y ha ignorado la debida lealtad al sistema democrático. Nada se respeta, o muy poco, como vamos a ver. La democracia es considerada por cada bloque de partidos en forma realmente sesgada y adaptada a los intereses propios. \nY en tanto con todo ello se ha logrado acaparar las instituciones e ignorar los mandatos constitucionales, las nuevas tecnologías (de las que tanto se pudo esperar) sirven a las deslealtades en dos formas: en primer lugar, estando al servicio de los grandes actores (públicos y/o privados) y no de las personas; y, en segundo lugar, desviando la atención del público al que se entretiene con discursos que poco tienen que ver con la realidad; y también se desvía la atención de la doctrina, hambrienta de novedades y convencida de que se puede parar la abducción de las instituciones que tranquilamente se ha planeado y se está aplicando. 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Del “todos nacen libres e iguales” a la clasificación algorítmica de los que vivimos o vivirán
Todo sistema democrático, y en especial el nuestro (que, por su retraso, asume las experiencias de las Constituciones de la segunda postguerra) es fruto de una evolución progresiva que se inicia con el constitucionalismo en el siglo XVIII. Con tales bases hemos alcanzado los máximos niveles de democracia y respeto a la libertad y la igualdad. Sin embargo, en las últimas décadas se están desconociendo dichas bases; aun respetando en general los derechos y libertades se han ido degradando las reglas y principios que servían de garantía y eran auxiliares de tal finalidad última de lograr la libertad, la igualdad (y solidaridad o fraternidad). Ya no hay un rey absoluto ni un Leviatan que exija nuestros derechos a cambio de la seguridad. El Estado ha ido evolucionando hacia una mayor solidaridad y ha derivado de los derechos toda posible consecuencia. Pero la dinámica partidista se ha instalado en todos los principales órganos y ha ignorado la debida lealtad al sistema democrático. Nada se respeta, o muy poco, como vamos a ver. La democracia es considerada por cada bloque de partidos en forma realmente sesgada y adaptada a los intereses propios.
Y en tanto con todo ello se ha logrado acaparar las instituciones e ignorar los mandatos constitucionales, las nuevas tecnologías (de las que tanto se pudo esperar) sirven a las deslealtades en dos formas: en primer lugar, estando al servicio de los grandes actores (públicos y/o privados) y no de las personas; y, en segundo lugar, desviando la atención del público al que se entretiene con discursos que poco tienen que ver con la realidad; y también se desvía la atención de la doctrina, hambrienta de novedades y convencida de que se puede parar la abducción de las instituciones que tranquilamente se ha planeado y se está aplicando. Ya no sé si somos libres, pero sí somos iguales, igualmente indefensos ante la invasión de una inteligencia que ya no es (tan) humana.