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El objetivo de este artículo es subrayar tres principios teológicos sobre los cuales es necesario trabajar si queremos adentrarnos en un auténtico camino sinodal: 1) libertad teológica, para el Pueblo de Dios, no solo para el teólogo de oficio; 2) redistribución del poder, fundamentado en la resurrección de Jesucristo, que revitaliza y posibilita relaciones nuevas dentro de la comunidad, y 3) escucha del Espíritu que pide el fatigoso discernimiento entre la memoria evangélica y la novedad escatológica de los signos de los tiempos. El solo sínodo de los obispos no es la sinodalidad; la sinodalidad es la dinámica procesual de ser Iglesia. Si el Espíritu de Dios pide a la Iglesia del tercer milenio vivir la sinodalidad, significa que debemos comenzar a pensarla y a crearla; sin caer en la tentación de actuar como si ya supiéramos de antemano cómo y a dónde nos llevará el dynamis de Dios.