José Cruz-Santiago, Arlette Robledo-Meléndez, Guillermo Meza-Jiménez, L. Noriega-Salas, Germán Bernáldez-Gómez
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El trasplante renal se considera la mejor opción terapéutica para los pacientes con enfermedad renal crónica, ya que mejora la supervivencia y calidad de vida. En México, al igual que a nivel mundial, ha habido un incremento anual en el número de trasplantes realizados, de los cuales 70% son de donadores vivos. En 2018 se reportaron 15,072 pacientes en lista de espera y se efectuaron 3,048 trasplantes, de los cuales 2,079 eran de donante vivo,1 por lo que el donador vivo surge por necesidad. La falta de donadores vivos potenciales con las características apropiadas ha conducido a seleccionar donadores que en el pasado no habrían sido considerados como candidatos, gracias a los avances en la técnica quirúrgica y esquemas de inmunosupresión. Este grupo se conoce como fuente de donadores marginales e incluye los riñones con múltiples arterias renales.2 Aunque el trasplante renal con múltiples vasos renales se realiza en centros especializados, permanece siendo controversial y llevarlo a cabo es un reto por el riesgo de complicaciones urológicas y vasculares que pudieran presentarse. El porcentaje de pacientes que experimentan complicaciones vasculares varía de 2-23%,3 las más frecuentes son trombosis de la arteria renal, estenosis y hemorragia. Las complicaciones ureterales representan más de 90% de los problemas urológicos después del trasplante, las cuales pueden conducir a mayor morbilidad y mortalidad. Las complicaciones urológicas más frecuentes son fuga urinaria, estenosis y refl ujo, reportados en diferentes series entre 2.5-30%.4