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La meritocracia aparece hoy como un sustrato ideológico que legitima la asignación de tareas y de recompensas, pero presenta un funcionamiento que es objeto de críticas certeras que, sin embargo, no aportan una alternativa a este sistema. La Doctrina Social de la Iglesia, en cambio, sí nos ofrece elementos que permiten situar la meritocracia en su sitio, subordinándola a determinados valores y, sobre todo, a la idea de bien común. Lejos de negar la existencia de diferentes dones y capacidades en las personas, de lo que se trata es de que estos se desarrollen provechosamente en el marco de una verdadera fraternidad universal.