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Era una mañana fresca cuando Librado y su padre, desde su milpa, descubrían temerosos que el sol tenía una amplia y extraña aureola: anuncio próximo de muerte de varón. Así, ya a nadie le extrañaría que la muerte, de un zarpazo cruel y artero, se precipitase sobre don Esteban Santiz Cruz y nos arrebatase para siempre a nuestro viejo amigo y reputado ch’abajom (rezador, médico tradicional).