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Si se analiza cómo funciona este “esquizofrénico” sistema de excesivos flujos semióticos, para muchos de los cuales no tenemos capacidad de interpretación, podemos comprobar que guarda una contradicción intrínseca que, según Deleuze, se halla íntimamente unida al psicoanálisis, lo cual establece una conjunción entre producción “deseante” y producción de enunciados como mecánica que acaba activando los flujos económicos que lo sostienen. Esta circunstancia de sobrecarga infocrática en la que el sistema basa su poder, afecta también a la producción cultural, sus códigos o los mensajes que lanza, extendiendo una red soportada en la mercantilización que también repercute en lo institucional o viceversa. Saber en qué medida somos cómplices de esta situación es un primer paso para luego distinguir cómo cierto tipo de arte escapa de esa red y, a través de lo emocional ya como única fisura por la que “colarse”, llega al espectador con otro tipo de consignas que puedan llegar a hacer que se conciencie de situaciones de desigualdad provocadas por el mismo sistema. Hacer hincapié en esta posibilidad es volver a la idea de “intelectualidad orgánica”, desarrollada por Gramsci, para aplicarla al territorio del arte y hacer ver cómo este espacio de representación es uno de los pocos que aún posee capacidad para vincularse orgánicamente con la comunidad y transformar el hegemónico orden simbólico impuesto por el sistema neoliberal, en función de devolver al pueblo su autonomía y poder de decisión sobre las cuestiones sociales que lo conciernen. Según esta razón, existe toda una línea artística, de Joseph Beuys a Alfredo Jaar por ejemplo, comprometida con este tipo de concienciación; practicas artísticas que, en su conjunto, se adecúan a la idea de este “arte agonista” que aquí se explica.","PeriodicalId":143738,"journal":{"name":"Libro de actas. 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‘Arte agonista’ como dispositivo transformador del hegemónico orden simbólico
Siguiendo las premisas de Chantal Mouffe, se plantea aquí la posibilidad de un arte crítico –denominado “agonista”–, que pueda ser útil para visibilizar los problemas sociales y concienciar a la población de estar en su derecho de ejercer una razón pública o democracia radical. Dentro de las patologías hiperexpresivas que acarrea el orden simbólico hegemónico que impone el sistema capitalista, el malestar que ante ello pueda haber en la cultura y sus espacios de representación, nos conduce a reflexionar sobre cómo este tipo de arte puede distinguirse de lo que Franco Berardi denomina como “ruido blanco”, para que su mensaje pueda ser recibido por el espectador. Si se analiza cómo funciona este “esquizofrénico” sistema de excesivos flujos semióticos, para muchos de los cuales no tenemos capacidad de interpretación, podemos comprobar que guarda una contradicción intrínseca que, según Deleuze, se halla íntimamente unida al psicoanálisis, lo cual establece una conjunción entre producción “deseante” y producción de enunciados como mecánica que acaba activando los flujos económicos que lo sostienen. Esta circunstancia de sobrecarga infocrática en la que el sistema basa su poder, afecta también a la producción cultural, sus códigos o los mensajes que lanza, extendiendo una red soportada en la mercantilización que también repercute en lo institucional o viceversa. Saber en qué medida somos cómplices de esta situación es un primer paso para luego distinguir cómo cierto tipo de arte escapa de esa red y, a través de lo emocional ya como única fisura por la que “colarse”, llega al espectador con otro tipo de consignas que puedan llegar a hacer que se conciencie de situaciones de desigualdad provocadas por el mismo sistema. Hacer hincapié en esta posibilidad es volver a la idea de “intelectualidad orgánica”, desarrollada por Gramsci, para aplicarla al territorio del arte y hacer ver cómo este espacio de representación es uno de los pocos que aún posee capacidad para vincularse orgánicamente con la comunidad y transformar el hegemónico orden simbólico impuesto por el sistema neoliberal, en función de devolver al pueblo su autonomía y poder de decisión sobre las cuestiones sociales que lo conciernen. Según esta razón, existe toda una línea artística, de Joseph Beuys a Alfredo Jaar por ejemplo, comprometida con este tipo de concienciación; practicas artísticas que, en su conjunto, se adecúan a la idea de este “arte agonista” que aquí se explica.