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Abstract
Este artículo es un ensayo crítico sobre la imagen-dato, que pretende desvelar las características que la elevan, de entre todos los modos de representación, a su actual estatus de prueba. A partir de dos estudios de caso, donde son usadas imágenes de videovigilancia, reflexionamos sobre la inflación que sufre la imagen-dato en su circulación, desde su papel original como dispositivo propio del ámbito de la seguridad hasta su actual papel como recurso al servicio del entretenimiento de masas. Para explicar las mutaciones que sufre esta categoría de representación (imagen-dato), y su conversión en una prueba en los ámbitos jurídicos y sociales, nos hemos apoyado en la genealogía de la imagen disciplinaria trazada por Tagg, en el concepto de estética forense de Weizman y de imagen-spam de Steyerl.
Hemos hallado en el análisis de los casos estudiados determinadas características propias de la imagen-vigilancia que contribuyen a segregarlas cualitativamente del resto de imágenes contemporáneas. Su aspecto difuso, su relación contingente con el suceso que captan, la aparente ausencia de subjetividad que presentan, la constituyen como una categoría de imagen que mantiene la relación más sólida posible con su referente, siendo prácticamente la misma cosa. La imagen-dato, con su plusvalía semiótica, provoca una confusión absoluta entre representación y realidad. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, las imágenes no prueban nada. Son simplemente un dispositivo de predicción del pasado, que sirve fundamentalmente como superficie especular de proyección del deseo de ver lo que se quiere ver.
Como especialistas en la producción de imágenes, tenemos la obligación de poner en crisis estas lógicas de la representación e intentar al menos desvelar los dispositivos de producción de verdad en el régimen escópico de la posverdad.