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Abstract
Un sentimiento cada vez más generalizado de pesimismo, incertidumbre e impotencia se ha apoderado de los salvadoreños en los últimos años. Algunos de los factores que lo explican son: el deterioro de la situación económico social y la ausencia de un horizonte de certidumbre y progreso; los altísimos niveles de criminalidad e impunidad diversa; y el conocimiento ciudadano de la mediocridad, corrupción y falta de talante democrático y modernizador de una buena parte del liderazgo de la irreformable partidocracia. La situación que hoy vivimos es producto de los efectos económicos y sociales acumulados de la guerra (1980-1991) y de la instalación del modelo patrimonialista/neoliberal en el ámbito político-institucional y económico-social en la postguerra (1991-2009). Este se caracterizó por un decreciente crecimiento económico y una limitada integración social que insertó al país a la globalización, al revés, exportando mucha gente, importando muchos bienes y servicios, y exportando muy pocos. Una economía cada vez más incapaz de producir, redistribuir riqueza y crecer y un sistema político fueron incapaces de realizar las reformas para profundizar y consolidar la democracia y desarrollar la institucionalidad.