Clara Eslava Cabanellas, Ula Iruretagoiena Busturia, Ahinitze Errasti Etxeberria
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Abstract
La escuela es indisociable de la dimensión de lo común. Su arquitectura acoge espacios donde se construyen experiencias vitales y de aprendizaje del estar en el mundo en relación con los otros, y constituyen, en sí mismos, una arquitectura de vínculos y relaciones entre las personas con potencial para definir la arquitectura de lo común. El histórico diálogo entre arquitectura y pedagogía integra lo comunitario como eje vertebrador que no es compatible con las distintas formas, pretéritas y contemporáneas, de control y aislamiento del individuo del menor. Sin embargo, la sociedad reincide cíclicamente en el aula como unidad de funcionamiento y confinamiento, mientras su digitalización contemporánea contribuye a la segregación de la escuela de su entorno y comunidad. En la presente investigación acudimos a la reformulación del sistema educativo que se produjo de manos de instituciones gubernamentales mundiales en los años setenta, a través del trabajo de Jean Adler y Margrit I. Kennedy, que inscribieron la escuela comunitaria, inacabada y reprogramable en el tiempo, como proyecto político. Para el abordaje de la complejidad de organizaciones humanas, temporales y espaciales que conlleva esta concepción de escuela, se recurrió a la herramienta proyectual y arquitectónica del diagrama para registrar y relacionar los condicionantes territoriales, tanto materiales como humanos. El diagrama incorpora una variabilidad de forma y estructura infinita, abierta a su construcción en comunidad y que además resulta un dispositivo facilitador para el trabajo entre los distintos agentes que están implicados en la co-creación de la escuela comunitaria. Se declara así la construcción de la escuela comunitaria como una arquitectura para un proyecto político que responda a diversas crisis contemporáneas: crisis de los recursos, de los cuidados, de la salud, del aislamiento social, del medio ambiente y de la natalidad.