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Abstract
En el presente trabajo me interesa observar cómo ciertos ideogramas que configuran la obra de Alejandra Pizarnik (la viajera, la muerta, la olvidada, la niña, la insomne) y que, vueltos lugares comunes, contribuyeron a mitificar su figura autoral como poeta maldita, asociados a una dimensión espacio-temporal permitirían “mensurar” la forma y el tamaño del yo lírico y diarístico. En efecto, en su poesía y en sus diarios, el yo se autofigura pequeño, miniaturizado y, paradójicamente, resulta magnánimo, acaso porque el espacio exterior —a excepción del bosque y el jardín— es prácticamente nulo: como si algunas de las características que podemos suponer del paisaje (variedad, multiplicidad, extensión) hubieran sido fagocitadas por el yo que se despliega desorbitado y abismal, renuente a admitir un afuera. Esta hiper concentración egoica miniaturizada, además de dar a la obra total cierto tono asfixiante, habilita a conjeturar acerca del estricto régimen de pureza de su poesía y de la imposibilidad de escribir una novela, consignada, sin descanso, en sus diarios.