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Abstract
La desnutrición hospitalaria sigue siendo un problema generalizado en todos los hospitales europeos, que afecta al 20–40% de pacientes adultos y pediátricos. En combinación con una enfermedad subyacente, la desnutrición deteriora la función inmunitaria y muscular, prolonga la cicatrización de las heridas, inicia la disfunción intestinal y, en consecuencia, incrementa los riesgos de complicaciones graves y reduce la calidad de vida. Idealmente, el papel del apoyo nutricional consiste en prevenir la subnutrición y, en caso de que ésta estuviera ya presente, restablecer la situación nutricional normal, evitando al mismo tiempo las complicaciones nutricionales, y fomentar hábitos y aptitudes alimentarios adecuados con el desarrollo. El objetivo de este artículo es comentar cómo alcanzar esta finalidad en pacientes pediátricos y describir los métodos elegibles de tratamiento nutricional. La selección del método terapéutico depende de la enfermedad subyacente, la edad del paciente, la situación gastrointestinal, las posibilidades de ingestión oral y los costes y hábitos alimentarios familiares. Con respecto a todos estos factores y particularmente a las necesidades nutricionales individuales y a la situación nutricional actual, la intensidad del apoyo nutricional debe incrementarse de forma paulatina desde una asesoría dietética reforzada, pasando por varias modalidades de nutrición enteral, hasta la nutrición parenteral. Como recomendación general, cuando la situación clínica impide la ingestión oral, debe utilizarse la nutrición enteral siempre que el tubo digestivo sea funcional. La nutrición parenteral se reserva para niños con intestino inexistente, inaccesible o disfuncional y, en estas condiciones clínicas, es un procedimiento que salva vidas. Independientemente de la modalidad de apoyo nutricional, en niños con desnutrición grave debe adoptarse un cuidado particular para evitar la aparición del síndrome de realimentación. Los objetivos de la asistencia nutricional se obtienen de la mejor manera, y con una relación entre costes y beneficios óptima, a través del establecimiento de un equipo de apoyo nutricional, que está formado por un pediatra con experiencia en nutrición clínica, una enfermera, un dietista/especialista en nutrición y, en la medida de lo posible, un farmacéutico.