{"title":"话语体裁的诗意意图理论","authors":"Marc Dominicy, E. Dehennín, Henk Haverkate","doi":"10.1163/9789004485464_009","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"El poema, según muchos críticos contemporáneos, no “dice” nada; sólo “muestra” un mundo que no puede existir fuera de él. Un poema y su mundo son, hasta cierto punto, el mismo objeto. El dualismo que los distingue de manera absoluta cae en la misma trampa que el discurso filosófico condenado por Wittgenstein en las últimas páginas del Tractatus logicophilosophicus. Ambos nos hacen creer que hablamos de dos realidades que pudieran relacionarse sin que los rasgos constitutivos del poema o del lenguaje reflejaran – icónicamente – la estructura del mundo “mostrado”. La tesis de que un poema no contiene proposiciones que “digan” algo de un mundo cualquiera, arranca de ideas o de experiencias literarias, metafísicas, y hasta teológicas, que se remontan más allá del Tractatus, y de su dicotomía entre el “decir” (“telling”) y el “mostrar” (“showing”). Sin embargo, la filosofía de Wittgenstein permite fundar el antiproposicionalismo poético en el principio formalista según el cual cada lenguaje o cada texto está, por necesidad, “en orden”. Esto significa que la sintaxis (por lo menos, la sintaxis “lógica” o “subyacente”) de un lenguaje o de un texto siempre resulta lo suficiente rica para reflejar todas las características esenciales del mundo “mostrado”. Hoy sabemos que el formalismo lógico-matemático ha fallado en su intento de reducir cada concepto semántico (por ejemplo, el concepto de validez) a una propiedad sintáctica (en tal caso, la derivabilidad en un sistema axiomatizado). El metalenguaje semántico no sólo tiene sentido (lo que Wittgenstein negaba rotundamente), sino que es imprescindible para describir cualquier lenguaje formal que sobrepase un grado muy bajo de complejidad. Estos descubrimientos de Gödel y de Tarski nos llevan a poner en tela de juicio las teorías o los análisis que siguen apoyándose en una u otra variedad de anti-proposicionalismo. En efecto, la complejidad intrínseca de los lenguajes naturales y de los textos producidos en ellos no concuerda con la pobreza extrema de los lenguajes formales a los que se pueden aplicar las tesis formalistas. Es poco probable, entonces, que valga para los mundos de que tratan nuestros textos – literarios o no literarios, de poesía o de prosa – una reducción sintáctica cuya imposibilidad ya se comprueba a propósito de la aritmética elemental.","PeriodicalId":136744,"journal":{"name":"Lingüística y estilística de textos","volume":"11 1","pages":"0"},"PeriodicalIF":0.0000,"publicationDate":"1995-01-01","publicationTypes":"Journal Article","fieldsOfStudy":null,"isOpenAccess":false,"openAccessPdf":"","citationCount":"3","resultStr":"{\"title\":\"La intención Poética Teoría de un Género Discursivo\",\"authors\":\"Marc Dominicy, E. Dehennín, Henk Haverkate\",\"doi\":\"10.1163/9789004485464_009\",\"DOIUrl\":null,\"url\":null,\"abstract\":\"El poema, según muchos críticos contemporáneos, no “dice” nada; sólo “muestra” un mundo que no puede existir fuera de él. Un poema y su mundo son, hasta cierto punto, el mismo objeto. 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La intención Poética Teoría de un Género Discursivo
El poema, según muchos críticos contemporáneos, no “dice” nada; sólo “muestra” un mundo que no puede existir fuera de él. Un poema y su mundo son, hasta cierto punto, el mismo objeto. El dualismo que los distingue de manera absoluta cae en la misma trampa que el discurso filosófico condenado por Wittgenstein en las últimas páginas del Tractatus logicophilosophicus. Ambos nos hacen creer que hablamos de dos realidades que pudieran relacionarse sin que los rasgos constitutivos del poema o del lenguaje reflejaran – icónicamente – la estructura del mundo “mostrado”. La tesis de que un poema no contiene proposiciones que “digan” algo de un mundo cualquiera, arranca de ideas o de experiencias literarias, metafísicas, y hasta teológicas, que se remontan más allá del Tractatus, y de su dicotomía entre el “decir” (“telling”) y el “mostrar” (“showing”). Sin embargo, la filosofía de Wittgenstein permite fundar el antiproposicionalismo poético en el principio formalista según el cual cada lenguaje o cada texto está, por necesidad, “en orden”. Esto significa que la sintaxis (por lo menos, la sintaxis “lógica” o “subyacente”) de un lenguaje o de un texto siempre resulta lo suficiente rica para reflejar todas las características esenciales del mundo “mostrado”. Hoy sabemos que el formalismo lógico-matemático ha fallado en su intento de reducir cada concepto semántico (por ejemplo, el concepto de validez) a una propiedad sintáctica (en tal caso, la derivabilidad en un sistema axiomatizado). El metalenguaje semántico no sólo tiene sentido (lo que Wittgenstein negaba rotundamente), sino que es imprescindible para describir cualquier lenguaje formal que sobrepase un grado muy bajo de complejidad. Estos descubrimientos de Gödel y de Tarski nos llevan a poner en tela de juicio las teorías o los análisis que siguen apoyándose en una u otra variedad de anti-proposicionalismo. En efecto, la complejidad intrínseca de los lenguajes naturales y de los textos producidos en ellos no concuerda con la pobreza extrema de los lenguajes formales a los que se pueden aplicar las tesis formalistas. Es poco probable, entonces, que valga para los mundos de que tratan nuestros textos – literarios o no literarios, de poesía o de prosa – una reducción sintáctica cuya imposibilidad ya se comprueba a propósito de la aritmética elemental.